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Quiero ver lo que tú ves,
sentir lo que tú sientes,
amar lo que tú amas...
Mina Harker, Drácula de Bram Stoker, Francis Ford Coppola, 1992.
Nos conocíamos desde hacía poco tiempo, es verdad, y yo me había preguntado muchas veces quién eras, por qué me mirabas así, por qué el corazón galopaba con intención de salir de esta pequeña caja cada vez que sentía tu presencia junto a mí. Había pasado aquel primer momento en el que todo habla de tu persona, en el que la brisa, el color del atardecer, el cielo nocturno, las miradas de los ancianos y los niños y los soñadores, las canciones y los silencios significan que existes y estás ahí, y la pasión dio paso a la afirmación.
«Daré mi vida por ti». Era lo único importante del mundo, por encima de todo lo demás. Un absoluto, y una cuestión que responder sin espera: ¿quién eres? ¿Quién eres tú, Belleza Sin Fin, mi Aliento, mi Luz, mi Oscuridad, mi Todo, Incendio de mi alma? ¿Quién eres? Conocerte para amarte, amarte para conocerte y, conociéndote, amándote para siempre, seguirte por donde tú quieras, por donde tú vayas, por donde tú me envíes...
Así fue como empezó todo. Así fue como me dediqué a ti y, en ti, descubrí a todos los demás. Comencé a mirar tus ojos y a ver en ellos las pupilas cristalinas de los que van contigo, los últimos, siempre los últimos, esté donde esté y vaya donde vaya. Dejé por fin de observarme embelesado porque yo ya no tenía sentido. Tu mirada se fue haciendo la mía, y ya no quise otra cosa que no fuera ver lo que ves, sentir lo que sientes, amar lo que amas y a quien amas.
Y eso soy ahora, y eso hago, y eso quiero hacer. El mundo se revela como un horizonte nuevo en cada paso que das y que doy tras de ti. El tiempo ya no es una encrucijada de caminos inciertos rebosantes de espinos, sino la oportunidad de conocerte más a fondo, de encontrarme otra vez contigo y con todos los que están junto a ti, a las afueras.
La historia es ya historia de amor, y yo firmaré este pequeño tramo con mi pobre sangre derramada junto a la tuya.
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