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Foto del escritorLlamas, J.M.

Juanini Zarvorico Gavioto


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Atardecía en el cauce del Guadalmedina. Un palomo fenecía, con las tripas desparramadas entre los hierbajos, mientras miraba, con los ojos inyectados en sangre y el pico suplicantemente abierto, a la gaviota que lo había rajado en canal y daba buena cuenta de su buche.

Otra gaviota se posó en una engurruñida rama del árbol torcido situado justo al lado. Miraba con deseo el festín.

―¿Kéase, Juanini?

―Po ná, aquí stamo, comiendo argo, Paqui.

―Novevieo. Invítate, ¿no?

―No piqui.

―Qué sieso ere, mamona.

―Pero vamoavé, ¿habrá palomo porquería dehto en la ciudad, pa que tenga que vení a dar por culo aquí?

―Quillo, si de toas forma está ya empezao, joé.

―Perdón… ―dijo el palomo―, todavía… estoy… vivo…

―A callá, rata. Qué duro son pa morí, zus muela ―replicó Juanini.

―Oye, por cierto ―dijo Paqui―, questa tarde hay lío en la terraza der Trónguili. ¿Te va pasá?

―No lo zé, miatú. ¿Hay que llevá argo?

―Ome, como la úrtima vé. Ca uno que se presente con cuarquier cozilla, y voletá paentro, voletá pafuera. La bebida la pillamo der depósito dallí, questá shoporvo.

―En fin, a vé si me da tiempo a rebuscá ner basurero denfrenter Mercadona, que siempre tiene cozita guapas, y me llego. Pero no te prometo ná, hermana, porque, yo qué sé, lo mihmo me pilla la hora echando la siehta y yo, cuando me meto debajol ala, se pué hundí er mundo que ni me entero. Y despué de meterme entre bushe y cola ehto, pega un siehtorro güeno güeno, ¿no?

―No está… bonito… eso de no ir… ―susurró el palomo.

―Miéste… Pero quillo, ¿a ti quién ta dao vela neste ntierro? ―protestó Juanini.

―Po yo qué sé, pero tié razón en que no í eh mú feo, hermano, en que en verdá nadie laya dao vela nehto. Cómete ya la cabeza, y vámono cagando leshe ―sugirió Paqui.

―No, la cabeza no, que me ze repite ―repuso Juanini.

―Po me la das a mí, y hale, un problemilla meno pa tu buche. Si es que tié que vení una tía como yo a resorverte la vía, ¿has visto? ―graznó con fuerza Paqui.

―Que no. Que me dehe. Que te busque otro bisho tú solita. O te vayar puerto y te coha una lisa, yo qué zé ―sentenció Juanini, graznando todavía más fuerte.

―Por favor, córtame… la cabeza… ya… ―propuso el palomo.

―¡Que me dehéi, cagontó ya! ―protestó Juanini, mirándolo fijamente.

―¿Dónde… ha quedado aquel héroe…, Juan Salvador Gaviota? ―se quejó amargamente el pichón expirante.

―Sá ío a meditá con la paloma de la pá, rata der sielo ―afirmó Paqui, en tono jocoso, antes de chillar repetidamente y de forma muy desagradable, acompañada por Juanini―. Nos ha salío filósofo er coleguita. Pos me vá a comé tó los güevo, que loh tengo allí en lo arto del edificio de Correo, ner nío.

―A tó esto ―se le ocurrió repentinamente a Juanini―, ma dicho er Gorglo que han tirao una pechá de hamone mohao der Cortinglé, de la úrtima riá. ¿Tú qué dise?

―Que vamo tarde, vieo ―contestó Paqui―. Ya tenemo comía pa llevá a la fiesta, ¿no?

―Poezo. Venga, anda ―dijo Juanini, después de pegarle un picotazo en un ojo al palomo y atravesarle el cráneo―, cómete los seso y nos vamo a por ese peaso hamón. Que aparte de tó, a mí ma dehao sin gana de ná er mamón ehte. Mí que ponerse a desí cosa profundah a punto dehtirasá la pata… Cómo htá er mundo, Paqui.

―Fatá. Ehto ya nos lo que era, en de luego ―masculló Paqui, mientras sacaba el encéfalo de dentro del cráneo, lo lanzaba al aire y lo cazaba con un movimiento seco de cuello y el pico abierto de par en par.

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