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1. El clericalismo, un problema tradicional
Por tanto, una de las tentaciones más fuertes que debemos evitar todos, los pastores y el Pueblo de Dios, es el clericalismo. Vamos a hacer un repaso por el papa Francisco, para tener claro de qué estamos hablando.
» A nadie han bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizados laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios. Olvidarnos de esto acarrea varios riesgos y deformaciones tanto en nuestra propia vivencia personal como comunitaria del ministerio que la Iglesia nos ha confiado. Somos, como bien lo señala el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, cuya identidad es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo (LG 9). El Santo Pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo, por tanto, a la hora de reflexionar, pensar, evaluar, discernir, y debemos estar muy atentos a esta unción.1
» El mal espíritu de la acedia avinagra con el mismo vinagre tanto a los embalsamadores del pasado como a los virtualistas del futuro. Es una y la misma acedia, y se discierne porque trata de robarnos la alegría del presente: la alegría pobre del que se deja contener por lo que el Señor le da cada día.2
» Un primer espacio de idolatría escondida se abre donde hay mundanidad espiritual […]. Su criterio es el triunfalismo, un triunfalismo sin Cruz. Esta tentación de una gloria sin Cruz va contra la persona del Señor, va contra Jesús que se humilla en la Encarnación y que, como signo de contradicción, es la única medicina contra todo ídolo. Ser pobre con Cristo pobre y “porque Cristo eligió la pobreza” es la lógica del Amor y no otra. […] La mundanidad de andar buscando la propia gloria nos roba la presencia de Jesús humilde y humillado, Señor cercano a todos, Cristo doloroso con todos los que sufren, adorado por nuestro pueblo que sabe quiénes son sus verdaderos amigos. Un sacerdote mundano no es otra cosa que un pagano clericalizado.
» Otro espacio de idolatría escondida echa sus raíces allí donde se da la primacía al pragmatismo de los números. Los que tienen este ídolo escondido se reconocen por su amor a las estadísticas, esas que pueden borrar todo rasgo personal en la discusión y dar la preeminencia a las mayorías que, en definitiva, pasan a ser el criterio de discernimiento, y eso está mal. En esta fascinación por los números, en realidad, nos buscamos a nosotros mismos y nos complacemos en el control que nos da esta lógica, que no tiene rostros y que no es la del amor, sino que ama los números. Una característica de los grandes santos es que saben retraerse de tal manera que le dejan todo el lugar a Dios. Este retraimiento, este olvido de sí y deseo de ser olvidado por todos los demás, es lo característico del Espíritu […].
» Un tercer espacio de idolatría escondida, hermanado con el anterior, es el que se abre con el funcionalismo, un ámbito seductor en el que muchos, “más que con la ruta se entusiasman con la hoja de ruta”. La mentalidad funcionalista no tolera el misterio, va a la eficacia. De a poco, este ídolo va sustituyendo en nosotros la presencia del Padre. El primer ídolo sustituye la presencia del Hijo, el segundo ídolo, la del Espíritu, y este, la presencia del Padre. Nuestro Padre es el Creador, pero no uno que hace “funcionar” las cosas solamente, sino Uno que “crea” como Padre, con ternura, haciéndose cargo de sus creaturas y trabajando para que el hombre sea más libre. El funcionalista no sabe gozar con las gracias que el Espíritu derrama en su pueblo, de las que podría “alimentarse” también como trabajador que se gana su salario. El sacerdote con mentalidad funcionalista tiene su propio alimento, que es su ego. En el funcionalismo, nos complacemos en la eficacia de nuestros planes […].
» En estos dos últimos espacios de idolatría escondida (pragmatismo de los números y funcionalismo) reemplazamos la esperanza, que es el espacio del encuentro con Dios, por la constatación empírica. Es una actitud de vanagloria por parte del pastor, una actitud que desintegra la unión de su pueblo con Dios y plasma un nuevo ídolo basado en números y planes: el ídolo del poder. Esconder estos ídolos y no saber desenmascararlos en la propia vida cotidiana, lastima la fidelidad de nuestra alianza sacerdotal y entibia nuestra relación personal con el Señor.3
El clericalismo no es una enfermedad, por tanto, nueva, y tiene unas claves que nos conviene a todos saber identificar, para poder sanar sus causas en nuestra propia vida, y para evitar que nos venza y nos convierta en sus esclavos. Es un fenómeno complejo que paraliza, erosiona y corroe la vida de las comunidades eclesiales, y tiene mucho que ver en su origen, personal y colectivo, con heridas que no han sido reconocidas ni asumidas por quienes caen dentro de sus redes.4
Este fenómeno es más visible en formatos llamados “tradicionales”: apego a ornamentos rancios, ceremonias ampulosas, incremento del culto a imágenes ostentosamente engalanadas…; pero, atención, se puede dar igualmente, de una forma más soterrada porque se disfraza mucho mejor, en estilos “progresistas y proféticos”, de mayor encarnación en la realidad social. Sus síntomas suelen ser: el autoritarismo que excluye a los que piensan de otra manera, el apego desmesurado a la ley y la norma, y una dosis importante de auto-referencialidad y egolatría. Con el clericalismo no se está dando culto al Dios y Padre de Jesucristo, aunque se crea lo contrario, sino al “divino Narciso” que todos llevamos dentro, y que hace estragos y genera víctimas. También los laicos pueden padecer esta grave enfermedad, cuando, por las razones que sea, se constituye una “elite laical” (que no tiene nada que ver con la “opción por los laicos”), gestada normalmente en sacristías.5
Por tanto, de lo que se trata es de que preguntemos a nuestros mayores, es decir, a nuestros Padres, qué entienden ellos por clericalismo, cómo lo vivieron y sufrieron, y qué medicinas nos proponen para evitarlo y que no corroa nuestra vida y la vida de nuestra Iglesia.
Pero antes de esto, tenemos que comprender el contexto de la evolución del sacerdocio en los primeros siglos, para procurar no caer en la interpretación de la realidad histórica desde nuestras claves culturales postmodernas, lo cual sería un error muy grave. La cuestión es meternos en el contexto de estos autores, entresacar lo que ellos pueden enseñarnos desde allí para aplicarlo aquí, en una cultura muy diferente que, sin embargo, tiene algunas claves muy parecidas.
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1 Francisco, Carta al cardenal Marc Ouellet, presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, Roma 2016.
2 J. M. Bergoglio, Homilía en la misa crismal, Buenos Aires 2011.
3 Francisco, Homilía de la misa crismal, Roma 2022.
4 Cf. M. García Hernández, El clericalismo como reacción del ministro ante heridas no reconocidas ni asumidas, 1.
5 Cf. Ibid., 2.
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